Nuestro Padre Jesús de las Penas

El primer titular de la cofradía, Nuestro Padre Jesús de las Penas, fue encargado en noviembre de 1953 al imaginero cordobés Juan Martínez Cerrillo, quien no cobró más que siete mil pesetas por su hechura, un precio simbólico que asumió a razón de sus estrechos vínculos con la hermandad de la Esperanza. La imagen, que fue bendecida el 27 de marzo de 1954, fue encargada en noviembre de 1953 bajo la todavía advocación de Jesús de la Sentencia -tal y como figuraba en los primeros estatutos de la hermandad, redactados en 1940-, advocación que sería modificada apenas unos días antes de la bendición de la imagen; de ahí que la imagen aparezca con un estudio anatómico esbozado, probablemente destinado a no ser mostrado, si bien su presentación actual resulta elocuente en conjunción con su bella faz. Y es que esta imagen, la penúltima representación de Cristo que Cerrillo hizo para la capital cordobesa, es fruto del esmerado trabajo de su autor, quien manifestó en varias ocasiones su predilección por la misma entre todas sus creaciones “cristíferas”.

Cerrillo concibió a Cristo coronado de espinas, torturado, al hilo del desfallecimiento, con el rostro transido por el cansancio, por el dolor del suplicio, por el sufrimiento, por el abandono, por la injusticia, por las infamias y por la laceración a la que fue sometido. La figura se muestra de pie, enmudecida por el dolor, cabizbaja, con las manos atadas a la espalda y parte del torso desnudo, aunque exponiendo su fortaleza por medio de su postura erguida y la aceptación de su sacrificio por la Humanidad. Por otro lado, el rostro de la imagen logra captar la atención del espectador por sus agraciadas características: enmarcada por la cabellera que cae de forma pesada a modo de dos mechones sobre sus hombros, su faz muestra un gesto apesadumbrado, con los ojos medio entornados y la boca entreabierta que, a pesar de lo cual, es representado con una dulzura y una paz interior de raigambre clásica y de equilibrada belleza. Alejado de expresiones teatrales propias del Barroco que pretenden captar la atención del espectador, Nuestro Padre Jesús de las Penas llega a los fieles por una delicadeza, una serenidad, una amabilidad, una cercanía y una humanidad que no ocultan la tristeza honda y desconsolada de aquel que va a ser crucificado pero que, afrontando valientemente sus circunstancias, mantiene la serenidad y la entereza propia de la divinidad.

Asimismo, la imagen, que fue restaurada de urgencia en 1981 por el propio Cerrillo como consecuencia del golpe sufrido en la estación de penitencia de dicho año, procesiona en su paso de misterio acompañada por un grupo escultórico realizado por Antonio Bernal Redondo desde 1993. Un conjunto de imágenes secundarias reconocido por el propio autor de las mismas como “el más armonioso” de cuantos ha realizado, dada la conjunción de los mismos con la imagen titular que acompañan. En este sentido conviene remarcar que el conjunto del misterio, de proporciones medidas y dividido compositivamente en dos grupos conectados por el Cirineo, resalta la pequeña pero bella imagen de Jesús de las Penas, el cual, con motivo de la inclinación de la imagen secundaria más cercana y del metódico trabajo de Bernal, luce esplendorosamente en su paso. Nuestro Padre Jesús de las Penas, por su humanidad y su bella idealización, no sólo incita a la devoción de los fieles en la intimidad del templo de San Andrés, sino que también capta ampliamente la atención del pueblo cordobés durante su recorrido procesional.

Nuestro Padre Jesús de las Penas. Autor: Alejandro Rodríguez Bustos